lunes, 13 de septiembre de 2010

LAURA EN TERCERA PERSONA


[He recibido a lo largo de mi andadura en este blog tres e-mails solicitando más información acerca de mí misma. Como ya me conocéis un poquito gracias al primer post que subí (pinchad aquí para leerlo), he decidido hacerlo de otra manera: en tercera persona.]

Hace poco tiempo que llegó a la ciudad y aún siente los estragos de la reciente y precipitada llegada. Pero ya ha encontrado ese rincón que necesita. Es habitual verla por allí, a primera hora de la mañana o cuando el sol ya está perdiendo su vitalidad, siempre el último día de la semana.

Esta vez atardece y ella sigue ahí. Es uno de sus rincones predilectos para esconderse del bullicio que mancha la ciudad. Sentada, en un banco del tranquilo parque, se limita a observar a los transeúntes que caminan a esas horas por allí. Lo hace a menudo, observa a la gente e inventa sus historias. Inventa sus trabajos, sus vidas… le entretiene.
 
Y allí está, sentada, muy quieta y relajada, con las piernas cruzadas y las manos sobre el regazo sujetando ese inseparable cuaderno que llena de palabras y pensamientos.

No es alta, tiene el cuerpo menudo y el cabello ondeante color avellana a media espalda. Sus ojos, expresivos, están siempre en movimiento como haciendo alusión a la actividad de su mente. Piensa, piensa, piensa. Le gusta pensar, reflexionar.

A pesar de ser sociable necesita a menudo la visita de su amiga soledad. Estar sola durante unas horas al día es su ritual de limpieza del alma. Esas horas son para ella y para nadie más. Es como ha aprendido a conocerse un poco más a lo largo de sus veinticinco años de vida.

Y así es como se dio cuenta de que no soportaba las ataduras de nadie, las personas posesivas o aquellas que no entienden que la libertad individual es necesaria, sabiendo que la independencia personal se compone del respeto hacia el espacio que el otro necesita.

Esa chica de ojos expresivos, sabe que por encima de todas las cosas la traición es algo que nunca ha podido perdonar a nadie, ni la mentira.

Pero también sabe que aquello que ocurre en el día a día, esas pequeñas situaciones que te hacen dibujar una sonrisa en el rostro, es lo que podría considerar como la verdadera felicidad.  Como aquel día, hace no mucho tiempo, cuando, paseando tranquilamente hacia un lugar que ya ha olvidado, se cruzó con una madre con su pequeño. Laura sonrió tímidamente a ese dulce niño que miraba a todos lados como quien mira algo que jamás ha pensado que podría ver, y de repente, sus ojos se encontraron y el niño le devolvió la sonrisa. Ese simple gesto fue el instante más feliz de ese día. Parece mentira, pero se conforma con esas pequeñas cosas que llamamos cotidianeidad.


Y allí está, sentada en el banco. Observando como el sol se aparta elegantemente para ceder su lugar a la luna. Y pasa allí alrededor de una hora, relajada, escribiendo o leyendo, se alimenta de libros desde que aprendió a leer, es un vicio que no quiere dejar. Esa chica del banco tiene una vida sencilla, tranquila, lejos de la ciudad que la vio nacer, es coqueta, va a fiestas y ama el arte por encima de todas las cosas. Y tan solo con eso está bien, es feliz, todo lo que pueda venir después no hace sino acrecentar su bienestar, como las puestas de sol, a las que es adicta, sentada, observando pacientemente como el cielo va adquiriendo las tonalidades cambiantes propias del ocaso.

Y allí en el parque, entre los cientos de personas que ha visto pasar ante ella, todas las vidas que ha inventado en un segundo como si de novelas cortas se tratasen, detiene su vista en la anciana del banco de al lado. Cabizbaja y con la mirada puesta en alguna pequeña piedrecita del camino, y piensa, si acaso la viejecita estará rememorando los cientos de atardeceres que habrá vivido allí, en Campo Grande, a lo largo de su vida.

3 comentarios:

  1. Y, además, Laura (en tercera persona) escribe cositas preciosas...
    :)

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  2. Gracias por ese dulce comentario Silvia! :) un besete!

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  3. chapeau Laura!! sin palabras, me a gustado mucho...:D

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