domingo, 12 de septiembre de 2010

LA ELEGANCIA DEL PRIMATE

Es complicado permanecer estática mientras observas como la ignorancia del ser humano se hace cada vez más evidente. Y esta vez sí que me refiero a la ignorancia como el hecho de ser totalmente absurdo. ¿Y por qué? Porque el ser humano, es evidente, es un ser social al más alto nivel. En sentido retroalimentario, puesto que necesitamos hablar, pero también necesitamos nutrirnos de la voz de la persona que se sitúa delante de nosotros.

Y en ocasiones sale a la luz esa parte animalizada de cada uno de nosotros y actuamos como los primates originarios que dormitan dentro de cada cual. Así somos. Y lo aceptamos. Pero cuando dejamos escapar esos instintos perdemos la elegancia. La elegancia entendida como el buen gusto, esa parte que transmite paz, humildad, educación, serenidad y saber estar.
Pero partamos de la base de que esta acción se hace necesaria, es básica, una pulsión inherente a la cualidad humana, y está bien.

La elegancia a la que me refiero no se hace extensible (esta vez) al estilo físico, es algo que va más allá, una forma de hablar, de moverte y de actuar. Lo pésimo es cuando no concuerdan unos conceptos con otros, cuando la percepción de uno mismo no se sintetiza con la proyección que hacemos en los demás.

Y aun así me duele comparar al ser humano con el mono, porque no llegamos  a su altura. Ellos actúan por instinto, sí, pero sintiendo donde está el límite, esa fina línea que hace qu cambies tu punto de vista en un instante, que una persona agradable y aparentemente lógica no sea más que una maraña de patetismo. Y los simios serán muchas cosas, pero no patéticos, cualidad intrínseca del ser humano cuando no reconocemos el reflejo que devuelve el espejo de nosotros mismos.

Por mi parte y a modo de conclusión la elegancia del primate no es comparable con el primate humano que cree en su elegancia inexistente.

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